Patear el pesebre

Vozquetinta

Una de las pocas figuras públicas prestigiosas en el país, de intachable autoridad ganada a pulso, incubadora de cerebros, manos, pies y gargantas servidoras de la ciencia, la técnica, el arte, la cultura y el deporte, fiel corresponsable de la sociedad y la naturaleza, acaba de recibir graves epítetos durante una mañanera. Además de injustos, excesivos. Calan, atizan, arden. Los comparo con trozos de cal viva restregados sobre una úlcera. Y es de creerse que el eco de los explicables gritos de dolor que suscitaron tarde mucho en apagarse.

¿Institución que está “en decadencia”? ¿”Individualista”? ¿Que “perdió su esencia”? ¿”Defensora de proyectos neoliberales”?… No recuerdo haber leído o escuchado antes una opinión, aplicada públicamente a ella por algún gobierno, tan extremista y generalizadora. Ni siquiera en la etapa más candente de 1968, plagada de condenas y difamaciones.

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Me intriga el motivo de fondo para haber soltado semejante descalificación a nuestra máxima casa de estudios. Me preocupa en lo social y en lo personal. Acaso porque soy uno más de sus millones de orgullosos exalumnos. Acaso también porque en sus aulas aprendí, no sólo una profesión y una vocación de servicio colectivo, sino la humildad de ver la viga en mi propio ojo antes que la paja en el ajeno.

Ninguna duda me cabe de que el alma máter nacional ha sido, como ella misma lo precisó al día siguiente en un diplomático boletín, “siempre respetuosa de las distintas ideologías, corrientes del pensamiento, posiciones políticas y opiniones expresadas por integrantes de su comunidad, de sus egresados o por cualquier persona”. Tampoco pondría en tela de juicio su aserto de que la libertad de cátedra se halla entre sus “mayores fortalezas para formar ciudadanos íntegros, de pensamiento independiente, sin ideologías impuestas y comprometidos con la búsqueda de un país más justo, libre y con menor desigualdad”.

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Esa esencia, esa sangre, ese espíritu —hecho lema a partir del concepto de la raza cósmica vasconcelista— habla y seguirá hablando. ¿De qué? De todo, porque para ello se creó y existe, pero jamás asumida como espejo de la decadencia y el individualismo.

Hoy en día, denostar, denigrar, estigmatizar con dedo flamígero a alguien o algo en las casi universalizadas redes sociales, es cómodo, fácil y, de remate, impune. ¿Por qué entonces llevar tan riesgoso vicio a un atril privilegiado y frente a cámaras y reflectores? A ver si el próximo miércoles, dentro de la inquisidora sección Quién-es-Quién-en-las-Fake-News, no aparece incluido también el boletín con que la Universidad fijó su postura ante el exabrupto lanzado desde la cumbre del poder.

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Enrique Rivas Paniagua

Contlapache de la palabra, la música y la historia, a quienes rinde culto en libros y programas radiofónicos